Sangre en el mar



“Durante mucho tiempo tomé la pluma como espada; ahora conozco nuestra impotencia. No importa, hago, haré libros, hacen falta; aun así sirven. La cultura no salva nada, ni a nadie, no justifica. Pero es producto del ser humano: el ser humano se proyecta en ella, se reconoce; sólo le ofrece su imagen ese espejo crítico. Por lo demás es un viejo edificio en ruinas, mi impostura es también mi carácter; podemos deshacernos de una neurosis, pero no curarnos de nosotros mismos”.
Jean Paul Sartre



En el invierno de 1977 viajé junto con mi padre Carlos, un activo militante peronista, a Santa Teresita, en la costa atlántica argentina, lugar donde durante muchos veranos vacacionábamos con mis familiares. Él, junto con otros compañeros de militancia –Miguel y Héctor- viajaban periódicamente para trabajar en la construcción de casas prefabricadas de madera. Uno de los fines de semana me sumé en el viaje.
En mi casa, desde muy chicos, mi hermano Edgardo y yo, sabíamos bien quien era Evita, Juan Perón, Cámpora, Manrique, Balbín, Isabelita, Rucci, el Che. Aunque mis padres nos recomendaban que no habláramos en la escuela de Perón –durante el gobierno de facto de Videla y cía-, en casa estaba la V de la victoria pintada tras la puerta con la J y la P flanqueando ambos lados. Allí se hacían “asados peronistas” –como los describía mi madre Martha: dos kilos de asado y una damajuana de vino- y llegaban todo tipo de personas y personajes: los Cachitos, Melena con su familia, Miguel, Hugo, Dorita y Teo, los hermanos Osvaldo y Horacio con su madre Norma, el gordo Puchi, Raúl, el loco Beto, el Chiva, Rafael, la negra Cuca, muchos de los jóvenes peronistas que conformaban la Unidad Básica “Los Caudillos” de Fray Cayetano Rodríguez y Neuquén, en el barrio de Flores, y tantos compañeros y tantas compañeras de militancia que tiempo después debieron exiliarse o que fueron “chupados” por la última dictadura militar que signó para siempre los sueños de una generación; generación propulsora -equivocada o no- de un cambio de relevancia que jamás podría darse. Esos asados eran la despedida de muchos de esos y de muchas de esas militantes que tenían que irse del país porque sus vidas corrían el mayor de los riesgos.
En esas comidas, hasta entrada la madrugada, cerca de treinta o más personas se juntaban para el brindis de despedida de los que se iban del país, también servían para planificar pintadas “prohibidas” o para construir una idea que luego sería plasmada en un volante que días más tarde arrojaríamos (porque yo siempre me prendía) desde el citroën celeste de mi viejo cuando íbamos a la cancha a ver a mi querido San Lorenzo (en el viejo gasómetro) o al Argentinos Juniors del pibe Maradona. Los más chicos, alrededor de veinte, nos quedábamos en la calle jugando y campaneando los movimiento de la policía. Sí, campaneando... Eran tiempos de estado de sitio, se prohibía a la ciudadanía estar reunidos en la calle, en grupos mayores a cinco personas y resultaba más que sospechoso que de una casa entrara y saliera tanta gente. Uno de los frecuentes concurrentes del club Caballito Juniors –en frente de mi casa, donde pasábamos todo el día jugando al fútbol; allí donde había una sala secreta donde se jugaba a las cartas-, era un alto mando de la Policía Federal (que aparentemente era peronista -se lo puede ver en las imágenes históricas al lado del General Perón, cuando regresó al país en 1973, en la mañana lluviosa del aeropuerto de Ezeiza-). En la puerta del club, entre dos y tres autos Ford Falcon, todos verdes, esperaban que el jefe terminara sus whiskies y su partida de póker. Nosotros jugábamos en la calle y observábamos cuando alguno de los autos se iba -se quedaba siempre uno hasta que terminara el escolazo-. Cuando la brigada partía, en ese momento, dábamos el aviso para que empezaran a salir de casa quienes habían concurrido al asado, ya pasadas las o tres de la madrugada. En aquellos tiempos era natural permanecer en la puerta jugando hasta muy tarde, especialmente durante el verano, cuando vecinas y vecinos salían con banquetas, mate o sangría y se sentaban a charlar y tomar aire.
Ese fin de semana en Santa Teresita fue distinto a otros viajes con mi padre. En la radio se podía escuchar una canción que pasaban a toda hora; el estribillo decía “no te borrés que te necesitamos, si te quedás y confiás vas a ver que ganamos”, melodía que con una letra agiornada es canto constante de arenga en los estadios futboleros del país. En cada propaganda se escuchaba ese tema que, por supuesto, como todo lo que un chico escucha hasta el cansancio, luego lo repite y con los años forma parte de una memoria emotiva muy fuerte. Ese fin de semana era especial, porque un día después se sumarían mi mamá y mi hermano –Héctor y Miguel no irían hasta el lunes- y porque la tarde de nuestra llegada -lluviosa, ventosa y muy gris, que impidió el trabajo en los exteriores del chalet (aunque al día siguiente hubo un sol radiante que le permitió a mi mamá broncearse de lo lindo)- vivimos algo definitivamente irreal con toda la carga emotiva de una realidad que tuvimos que callar (papá y yo). De aquello que vimos, mi padre, luego, me repitió que no dijera nada; además, quien nos creería si ningún medio ni noticiero, ni siquiera zonal, levantó la noticia; si mi padre podía quedar seriamente comprometido; si al fin de cuentas yo tenía diez años y me esperaban mejores cosas a mi regreso a la ciudad de Buenos Aires para hacer y para jugar que hablar de ciertas cosas que a nadie le importaban porque nadie quería escucharlas y yo no debía contarlas. Había mucha presión, eso lo recuerdo muy claramente: “no patear la basura porque podía haber una bomba”, “salir con la cédula de identidad” -¿a los 10 años?-, “no usar barba ni pelo largo”, “no hablar de nada con nadie que no hablara de nada con uno” y por sobre todas las cosas “ser un espía de todos”. 
Esa tarde se convirtió en única y a partir de allí tuve plena conciencia –a pesar de mi temprana edad- de que alguien desaparecía gente. Era absurdo entenderlo aunque mis padres me lo habían explicado; no lo evalué de esa manera ni lo medité hasta muchos años después, cuando ya en entrada la democracia volvimos a charlar sobre lo que había sucedido esa tarde tempestuosa. Lo que sí recuerdo bien fue que papá lo comentó con mi mamá al día siguiente, con sus compañeros de viaje el lunes y en varias ocasiones en las reuniones de militancia en las que participaba y yo tenía la suerte de estar acompañándolo.

Carlitos, como todos lo llaman a mi viejo, es fanático de la pesca. Munido con sus cañas -y yo con una pequeña de fibra de vidrio para tratar de pescar un tiburón (mi sueño y mi necesidad)- nos fuimos, suspendido el trabajo en el chalet, a pescar. Abrigados para que mi madre, al día siguiente no nos retara de pescar una gripe en vez de un pez, nos aventuramos hacia el mar, caminamos alrededor de nueve cuadras, con mucho viento en contra y un tachito con lombrices. La playa estaba desierta, gris el cielo que configuraba un perfecto y único fondo con el océano, también grisáceo. Yo tiré mi caña pero estaba más atento a los que pescaban los demás y lo que recolectaba un grupo de pescadores que con una gran red se metían hasta bien adentro y sacaban todo tipo de peces, cangrejos, camarones y algas. Mi papá también entraba, unos cien metros, tiraba bien lejos su caña y esperaba la pica. Siempre sacaba: ese día fueron una corvina rubia y una corvina negra, luego preparadas para la noche y el día siguiente, al horno con papás. Yo no pesqué nada, nunca pesco nada, pero me gustaba estar a su lado, mirando lo infinito del mar. Mirándolo muchas personas encuentran profunda serenidad –esa tarde estaba muy sereno, a pesar de la lluvia y gracias al amaine del viento-. Yo buscaba tiburones. Estaba en boga el éxito del escualo del film de Spielberg y algunas personas se obsesionaban antes de entrar en el mar. Yo buscaba aletas; lo único que llegué a ver fueron unas cuantas toninas que engalonaron la tarde y que los pescadores afirmaron que precedían una intensa tormenta que se dio horas más tarde.
Cuando mi padre fue a tirar por tercera o cuarta vez yo le advertí que a lo lejos había cosas flotando y que –seguro- para mí eran tiburones; en mi fantasía eran mandíbulas persiguiendo a las toninas que habían pasado. Mi padre lo comentó con otros pescadores. Adujeron que podrían ser restos de maderas, tal vez de algún choque entre botes pero nada avizoraba que pudiera tratarse de una catástrofe. Aunque lo fue. Otras personas se fueron juntando -una vez que yo corrí y le avisé al guardavidas- a mirar a lo lejos. Se acercó y llamó por handy pidiendo soporte humano y vehicular; alcancé a escuchar que mencionaba ahogados y se metió con una cuerda y dos salvavidas. En cuestión de minutos llegaron otros dos guardavidas que se sumaron, a nado, mar adentro. Nos fuimos acercando más, ya descalzos y mojados por las olas. Pasó un helicóptero sobrevolándonos y luego sobre el lugar, en apoyo aparente a los bañeros. Se sumó un bote de goma y pudimos ver como cargaban varios objetos -que luego supimos eran cuerpos humanos- en la lancha. El helicóptero se retiró cuando llegó una camioneta negra con varias personas de civil. Los que estábamos, alrededor de quince personas, nos acercamos a la lancha que llegó antes que los guardias de rescate -que regresaron a nado- y depositaron entre seis y ocho personas semidesnudas, ya fallecidas, aún sin deterioro del cuerpo, con los rostros llenos de algas y musgos; mi padre no pudo impedirme verlos y tampoco preguntó nada. Los hombres de civil los cargaron en camillas y los arrojaron en la combi. Luego se retiraron. Nadie dijo nada. Solamente uno de los pescadores sostuvo que no era usual que llegara una camioneta civil, que siempre venían la policía o una ambulancia.

Al día siguiente nada apareció reflejado en la prensa local. Años después, las confesiones del ex represor Scilingo, integrante de los vuelos de la muerte que arrojaba en pleno vuelo detenidos y detenidas inconcientes al mar (cumple actualmente una condena a prisión perpetua en España), me confirmaron lo sucedido. Esos vuelos de la muerte de la Armada Naval sobre el océano Atlántico ya no eran verosímiles. El hallazgo de Azucena Villaflor de De Vincenti, Ester Ballestrino de Careaga, María Ponce de Bianco, Sor Léonie Duquet, Angela Auad y otras personas durante la corrección de este texto lo hacen veraz. Un error de cálculos, el flujo de las mareas, la necesidad de las almas de negarse a desaparecer, trajeron esos cuerpos a la costa de Santa Teresita. Eran desaparecidos. 


Diego Tedeschi



Este texto fue publicado en el Libro Memoria, Verdad y Justicia. A los 30 años x por treinta mil. 1976-2006. Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora. Voces de la memoria. Volumen I. Ediciones BAOBAB, Colectivo Cultural Entreletras. Buenos Aires. 2006. 
• Capítulo: Sangre en el mar. Págs
. 314-316.

Otras Publicaciones: a 35 años del Concierto por Bangla Desh

Se cumplieron 35 años del primer concierto benéfico de rock



En 1971, George Harrison, quien estaba al tope de los ránkings con su triple álbum solista “All thing must pass” (Todas las cosas deben pasar) y hacía poco más de un año que se había separado de The Beatles, escuchó el relato conmovedor de su amigo y profesor de citar, el hindú Ravi Shankar. El artista asiático le contó sobre los refugiados, que escapaban de Pakistán (país que estaba en guerra con India) hacia Bangla Desh. Los asentamientos, con miles de niños hambrientos, despertó la sensibilidad del beatle más espiritual, que sin reparos y con celeridad tomó cartas en el asunto.

El 1 de agosto de 1971 organizó dos conciertos de rock en el estadio Madison Square Garden de Nue
va York para recaudar fondos, con el plus de un doble álbum y un documental, que sería donado a UNICEF.

El show, que contó con la participación de Bob Dylan, Eric Clapton y Ringo Starr (junto a otros grandes artistas como Shankar, Billy Preston, Leon Russell), marcó el inicio de gr
andes eventos de música popular que, desde entonces, originaría un compromiso múltiple de los artistas de la música. Los discos “USA por África” (con canciones de artistas norte americanos y canadienses) y “Saben ellos que es navidad” (el equivalente de los británicos) –ambas ediciones en pro de los vulnerables de Etiopía- fueron los disparadores de dos megaconciertos (impulsados por el músico Bob Geldof) en 1985, en Inglaterra y Estados Unidos, los shows “Live Aid”, que encendieron la llama que se perpetuó con otros conciertos durante las siguientes décadas en solidaridad con los más necesitados.La gira de Amnistía “Derechos humanos ya” que trajo a Buenos Aires y Mendoza a Sting, Peter Gabriel, una ascendente Tracy Chapman, el hoy consagrado senegalés Youssou N’Dour y el jefe del rock, Bruce Springsteen con su E Street Band fue por los presos políticos del mundo. Como ese concierto, podemos sumar “Conspiración de esperanza” con Sting, Bono, Peter Gabriel, el “Cumpleaños de Nelson Mandela” en Londres para solicitar la liberación del líder negro -víctima del apartheid sudafricano-, un álbum que hicieron los músicos de heavy metal, los shows de lucha contra el sida (como el “Tributo a Freddy Mercury”), el show por las víctimas del atentado a las torres gemelas (con Elton John, Billy Joel, Paul McCartney entre otros), diferentes espectáculos que el cantante, músico y compositor David Crosby (ex miembro de The Byrds y compañero de ruta de Stills, Nash y Young) ha logrado contener en tres documentales titulados como una de sus canciones “Stand and be counted”, que resume la historia de los eventos benéficos desde el “Concierto por Bangla Desh” (de reciente edición en CD y DVD) hasta el último show pre “Live 8” (concierto que en 2005 reunió en 8 países, en los cinco continentes, a artistas de la talla de Madonna, The Who, Pink Floyd –completo-, Paul McCartney, U2, REM, Elton John, Cold Play, Keane, Bryan Adams, Sting, Peter Gabriel –acompañando a diferentes artistas en África-, Norah Jones –hija de Ravi Shankar-, Bon Jovi para pedir “Basta de hambre, ya”).

Aquellas dos funciones de George Harrison fueron una bisagra en la historia de la música popular. Fue un despertador de conciencias, fue un clamor de igualdad, fue un encuentro de solidaridad y a la fecha sigue conmoviendo escucharlo y/o verlo. Las regalías siguen destinándose a UNICEF (lleva recaudado 15 millones de dólares a la fecha, que seguramente con la reedición en formatos CD y DVD incrementarán los ingresos). 35 años no es nada cuando ha generado tanto compromiso, cuando es fuente inagotable de sensibilidad, de solidaridad, de conciencia.


Texto publicado en la Página Web de Nuestras Manos Asociación Civil, el 2 de agosto de 2006.

Dossiers Culturales

Durante el período septiembre de 2005 a marzo de 2006, coordiné y editamos junto con el equipo de Prensa y Comunicaciones del CGP 7, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, los Dossiers de Poesías “Crepúceo. Vates sin cancel”, de Cuentos “Crepúceo. Cuentos breves”, de Derechos Humanos “Cuadernillo de Derechos Humanos”, de salud “Cuadernillo de Salud” y de Cultura en Vacaciones “Cuadernillo Arcón de la Cultura”.





Hijos de la luz

Desterrados como criminales del vientre de mamá,

del cobijo de papá, los niños no dejaron de llorar,

Fueron sus almas las que guiaron el andar de sus abuelas.

Fueron sus ojos los que abrieron el futuro.


Cansados de esperar se agruparon, los hijos de la memoria...


Anduvieron caminos de desarraigo, forjaron la cruz de los días

que el tiempo borró cuando el blanco de las telas se hizo pelo.

Fueron las manos madres las que sumaron otras al canto.

Fueron sus voces niñas las que cantaron “aquí estoy”.


Peregrinos del dolor, envueltos en la mentira, vieron verdad...


Los pañuelos se multiplicaron, se hicieron luz.

No dejaron de buscar sus escarpines perdidos.

Los sones de la gloria en el viento del encuentro

dieron rostros a esos nietos, dieron llaves para volver.


Caen las hojas, amarillas, y sin embargo vuelven a multiplicarse...


en flores que embellecen vidas,

en vidas que generan sol,

en soles que iluminan almas,

en almas que se hacen voz,

en voces que derriban paredones,

que transforman realidades,

en madres que se hacen hijos

que son abuelas y la ilusión,

en ilusiones que generan esperanzas,

que abren los caminos,

que vuelcan el destino y dicen nunca más...


Caen las hojas amarillas y sin embargo vuelven a multiplicarse.



Una película


una sentencia cayó

y el verdugo lloró

se aquietó el hacha

que destruye pensamientos

un aguijón picó

y el cuerpo alivianó

de nada vale un dedo

machacando el odio.


El último reino

Ahora que los mundos se alejan

y que el tiempo se detiene sin pensar

en el hoy quiero

encontrar el silente lugar


Allí donde el jugo de tu lumbre se hizo sol

y donde las esquirlas cavaron tu tumba

allí donde el cierzo nos dijo que no

y donde ese no al cuadrado se erigió en un sí


Ahora que tus labios se atreven a besar

esas bocas mi boca infinita

siento que puedo pirar


Ahora que los misterios se desvanecen

lloro por lo que es

la hendija

lateral absorbe cada pena

enlutada en el mármol sempiterno

que signa los tiempos de nuestro tiempo

del ya jamás nunca jamás


Ahora que aprendí aprendo

y puedo sonreír

y más te amo...


Suite de los amantes furtivos

A

La cama está vacía,

El vino ya no sangra,

Miro por la ventana tan empañada

Que todas las sombras parecen luz.


Me sobran los motivos

Para esperarte. El tiempo

Que tu quieras lo tendrás.

No nos dejemos arrancar

Este sabroso placer.


B

Andás por las calles mendigando sueños.

Tenés que esconder tu amor en el silencio.

Llevame hasta la frontera de los vientos.


C

Que voz sea cuerpo quiero yo.

Alguien lo desgramó en el muro.

Y fue para siempre.

Debajo del fuego que luce

En tu cuerpo hay agua transparente

Que ilumina tus ojos.


D

Un nuevo día es tanto

Que hace bien

Y que salva.


Perseguiré la luna

En las mañanas frías

Que contagian mi alma

De un fervor sin igual.

Estos poemas fueron publicados en el Nº 1 de "Crepúceo. Vates sin cancel", en septiembre de 2005.
Hijos de la luz fue escrito el 29 de mayo de 2005 y estrenado el 3 de junio de 2005 por la actriz María Ibarreta.

Una película fue firmada como Enrique Liste y rebautizada para su edición en libro como "Una película I".
El último reino y Suite de los amantes furtivos fueron firmadas como Enrique Liste.




Colores grises

(...) Se hizo tarde, el sabor del roce se esfumó, se sentía un tanto fastidiado, salió y anduvo un poco más hacia parque Lezama. ¿Por qué? ¿Para qué? A medida que se alejaba más de su casa lo seducía todo. Pero pensaba que no estaba bien aventurarse tanto. Las luces se cerraban a una imponente luna llena que se presentaba perfecta, seductora, frágil. Miró a lo lejos por la avenida Brasil, tuvo miedo, quiso volver, caminó en dirección al centro de la ciudad de nuevo. Era tarde, pero era temprano para un feriado. Así que decidió andar un poco más callejeando. Iba bastante cansado, bien aliviado y algo bebido. Al hacer unas tres cuadras se le aparecieron dos perros grises de hocicos negros y esculturales que despertaban temor, un macho y una hembra. No hubiera podido describir la raza. Nunca antes la había visto ni la volvió a ver de nuevo. Bastante grandes y fastuosos, temerosos, con caras de querer hacerle algo.

“¡Asesinos en potencia!”. (...)



El texto es un fragmento del cuento Colores grises de próxima aparición en un libro.
Fue publicado en el Nº 1 de "Crepúceo. Cuentos breves", en octubre de 2005 y firmado como Enrique Liste.





Los textos del presente Cuadernillo fueron producidos por el Equipo de Prensa y Comunicaciones del CGP 7, bajo la Coordinación de Liliana Denis, asesora de Derechos Humanos del CGP 7, en enero de 2006.





Asepsia

el rojo polvo ya despertó de su letargo

ha sido el tiempo quien conspiró con su amor

derrotado caí entre las faldas de una pobre

mariposa colorada que fue capullo

entre las piernas de mi dolor


caigo muerto en la batalla de la cresta

de la ola que arrasó otros confines y

el dolor partió en un barco sin timón

nada importó más que el arrullo

de tu savia más que el sabor de tu sudor



Tango

Atropellás el mundo en un suspiro

que abre caminos en las nubes,

polvo al viento de un tango marchito que ya espiró.


Forjás un mundo, maquiavelo del amor,

que danza en dos por cuatro, potrancas y sinsabores;

galán de panza en tintos, sin ilusiones

más que la esperanza adolescente a flor de piel.


Un bandoneón enaltece el alma

de los perdidos y perdedores.

Un bandoneón arranca el corazón

distante del que observa sin comprender

razón por la que esquivás al tiempo.


Atropellás al mundo en un giro,

se cierran los caminos y las nubes

se tornan nieve en un tango de furia.


Todo ya fue, no es ni serán torrentes de un amor

que danza en dos por cuatro...


Un bandoneón entristece el alma

de los perdidos y perdedores.

Un bandoneón desangra el corazón

cercano de quién quiere comprender

razones por la que esquivás al tiempo.


La luna sobre Floresta (pájaros)

Me senté frente al cuaderno

y pensé

aquellos pájaros ardientes ya no vuelan...

y los pensé

antes

haciendo vientos en Floresta

enamorando la luna que me enamora a mí.


Los pensé partiendo el no lugar para morir.


Sentí una astilla de bala

raja mi alma

multiplicado me perdí en un opaco espejo

una vez más

cubriendo el horizonte

despertado

de mi luna de humo adormecido

para siempre.


Los pensé

desde mi subterráneo de cristal

que es un poco subterráneo de unos cuantos.

Los pensé en una perfección de las estrellas

despreciando la desolación de la permanencia inerte.


Pensé

no más riachuelos de Demonti,

no más cuyos de Bordón,

pensé

los redondos sin Bulacio,

ardí.


Lloré en los Pochos

rosarios de cada día (lucha),

caí

tiros en Budge,

morí

remates de la estación,

sentí.


No sé cargar con ese peso

no soy María Magdalena

No tengo manos de Fermín.


Vi sus fotos en un retrato difuso

Pensé

niños hoy

instantáneas con dolor,

pensé

Alicia ruinas sobre ruinas

no supiste discernir la cruz del percutor.


Un trinar de pájaros salvajes

pinta una luna de libertad

la misma luna que

nos enamora sobre Floresta

que es perfección eterna.


Pensé

una palabra no es el despertador de los sentidos,

pensé

el amor encontraría su lugar,

un alfiler no puede hacernos tanto daño,

es el amor

no el signo de la gorra.


Detengan todos los relojes.


Quiero cortar el aire

de los pájaros

que se animaron a gritar


Me torno luz

y me hago piel

es un adagio con sabor a luna

pájaros hendiendo el cielo de Floresta.


Pensé

las aves que parten a un no lugar

para morir

y sin embargo viven.


Estos poemas fueron publicados en el Nº 2 de "Crepúceo. Vates sin cancel", en febrero de 2006.
Asepsia fue
firmado como Enrique Liste.
Tango fue firmado como Melina e integra la obra teatral inédita "Anhedonia. El amor cambia tu sangre" del autor.
La luna sobre Floresta (pájaros) está dedicada a la memoria de Cristian, Maxi y Adrián.












Los textos que integran el Cuadernillos Cultura en Vacaciones. El Arcón de los Recuerdos fue Coordinado por el Equipo de Prensa y Comunicaciones del CGP 7. La mayoría de los textos fueron escritos por Alberto Bricchetto.




Lamentos silentes (en barcos vacíos)

(...) El suicidio de Octavio los impactó a todos. Tenía veinticinco años y un balazo le había atravesado el cerebro. Muerte instantánea, dijeron los peritos. Su cuerpo tirado en frente de plaza Pakistán (en la placita que queda encerrada entre las alas derecha e izquierda de la avenida Figueroa Alcorta), contrastando el verde del parque con el rojo sangre en su rostro. Sus ojos pardos desorbitados, tal vez desprendidos; su cabello rubio platinado, su sonrisa como sentenciando “vieron, los cagué a todos”.

La noticia corrió por el barrio. Las chusmas siempre se encargan de pasar la voz a cualquier sospecha o sospechoso. Lamentablemente esta vez era cierto. Octavio se había ido para siempre.

Hacía varios meses que venía anunciando su despedida. Nadie acusó recibo. Resultó difícil interpretar los mensajes en clave que les enviaba. Octavio era alegre, divertido, pero era también muy tímido y solitario. Había un abismo entre lo que decía y lo que vivía por dentro. No se caracterizaba por levantar el teléfono y pedir ayuda a sus amigos. Potenciaba su vergüenza, se sentía frágil exponiendo sus rollos, prefería refugiarse en la música de Genesis, la formación de Peter cantando y fumarse un porrito. Sus amigos más cercanos tampoco supieron descifrar sus necesidades. No se atrevieron a encararlo. “Che, ¿qué te pasa?”. Era tan simple como la vida que llevan en una ciudad “podrida, sin oportunidades”, como solían repetirse en cada tertulia de botellas de cerveza compartidas en la esquina donde acostumbraban a sentarse hasta altas horas de la madrugada y no hablar de nada interesante. Eso le molestaba, hablar de nada. (...)



El texto es un fragmento del cuento Lamentos silentes (en barcos vacíos) de próxima aparición en un libro.
Fue publicado en el Nº 2 de "Crepúceo. Cuentos breves", en marzo de 2006 y firmado como Sebastián Scott.